jueves, 18 de febrero de 2010

RAFAEL GUTARRA LUJÁN

CHAMICO... ROMPE CORAZONES



Estaba distraído viendo como un akatank´a arrimaba el mojón fresco de la vaca pintada cuando paso volando en tankayllu zumbador por el valiana puquio. Lo atrapé despacito, con mucho cuidado le palpé sus alitas, como si fuese mi mejor amigo confidente y guarda secretos, siempre pensando en el rostro chaposo y sonriente de la Rosalinda con sus trenzas cayendo sobre su espalda, le incrusté una hoja de pasto a su potito del tankayllu. Y lo solté diciéndole: “Anda, dile a la Rosalinda que la quiero con todo mi corazón…”.

Después de ese día agarré confianza seguro que la carta que le envié con el tankayllu había llegado a los oídos de la Rosalinda. Empezó a sonreírme, se jugueteaba conmigo en el salón de clases. Le jalaba del pelo, despacito nomás, sin que el profesor se diera cuenta. Y ella me pellizcaba y yo le agarraba de sus manos y ella las retiraba rápidamente. Hasta que el profesor se dio cuenta.
¡A ver ese pablo! ¡Tremendo cojudazo y jugando dentro del salón! ¡Fuera!.

Después de un ratito salió también la Rosalinda. Salía con su carita bien rojita, más de lo chaposa que era, los demás se reían adentro. Me miró molesta con sus ojitos negros, como quien dice. “Por tu culpa”. Luego desvió la mirada. Se fue apurada con dirección al camino. Seguro que ya quería irse a su casa. Yo la seguí, de lejitos nomás, hasta que saliera del patio de la escuela. Después me acerqué a su lado.
¿También te ha botau el profi? - le pregunté haciéndome el cojudo.
¡Por tu culpa mañoso Pablu!
Le agarré de sus manos.
No vas a fastidiar, Pablu. A mis taitas voy a contar…
Si les dices a tus taitas, más mejor tuavia – le dije-así vamos ganando tiempo… “¡jajailla!”, pensé para mí nomás, mi corazón también parecía que se reía.

La Rosalinda se paró en seco. De sorpresa me tiró un sopapo, fuerte lajecho en mi cara. Calientito sentí. En ese momento no podía ni hablar ni hacer nada. Se fue corriendo. De lejos ya levantó una piedra del camino y me la aventó. Fuertazo dolor sentí en mi pecho. “tuavia ha caído cerquita a mi corazón”.
¿Piedra, ah? ¡Que puntería!”, me dije para mí solo. Así es amor serrano, amor de esta parte del mundo, ¡más que pegas, más te quiero! Vas a ver palomita, dentro de poco vas a ser mía…
Pasó el tiempo. La Rosalinda no me hablaba. Se hacía la disimulada cuando yo buscaba cruzarme en su camino. Jugaba con los demás sin importarle yo para nada. Ni siquiera me miraba ya. Un día que estaba pensando: “hasta aquí nomas te aguanto, Rosalinda”, la ví jugando a las escondidas en compañía de Edgardo. Corriendo los dositos se metieron al salón, juntitos, pegaditos, se escondieron. El Edgardo le agarraba de sus manos, la abrazaba. Ella se quejaba nomás.

Hasta le tocaba a sus chichicitos chiquitos de su pecho. Le acariciaba su carita colorada. Sentí una rabia tremenda. ¿Qué tala, carajo? ¿Con él sí, no? Como fuego algo subió a mi cabeza y no me aguanté. Por la ventana dentré al salón. Le agarre al Edgardo del cuello de su camisa blanca percudida del uniforme, un par de puñetazos en la cara y ya estaba sangrando. A la Rosalinda con el dolor de mi corazón, le tiré un sopapo fuerte y luego otro más. El Edgardo empezó a gritar:
¡Machu asnu, abusivo, huevón!
Y la Rosalinda lloraba sin decir nada. Por los gritos de Edgardo los demás chiuches empezaron a llegar corriendo
¿Por qué no te metes con tus iguales, viejonazo abusivo? Dijo el Crispín.
¡Aystá pelea con el Demetrio! – grito otro chiuche.
¡Demetrioo! – Llamó alguien-. ¡Dice que el papacho pablo te saca la mierdaa!
El Demetrio era del quinto grado. Cierto que yo era el mas mayorcito de todos los de segundo grado pero recién tenia mis quince añitos, por eso el profesor me puso papacho pablo, porque también era mas grande que todos. En cambio el Demetrio tenía como diecisiete o dieciocho años.
¡Demetrio, dice el papacho pablo que eres un maula, que ni siquiera tienes pasña! – le dijo el Julián cuando llegó el Demetrio.
Yo no he dicho nada, Demetrio –le dije yo, tratando de evitar un lío.
Pero el Edgardo se acercó lloroso y le contó gritando.
El machu asnu me ha pegado porque estoy con la Rosalinda, porque él es su pretendiente pero es muy viejo para ella. ¡Ella nunca le va hacer caso, ella misma me lo ha dicho!
¡Mentira!- me dije para mis adentros-¡eso es mentira!
A pesar que le había cacheteado a la Rosalinda, ella me quería, yo estaba seguro de eso. El Edgardo era un aprovechador nomás, y por eso, enfurecido, le pateé en su trasero, ahí delante de todos. Por eso el Demetrio se me vino encima. ¡Abusivo de mierda!- gritando y golpeando- ¡a ver métete conmigo! ¡ahura pe, mierda, como hombre , con tus iguales!.
Me tiró un puñetazo en la cara. Eso nomás estaba esperando. Era como bestia cuando me provocaban. Le contesté con mas fuerza. Y así poco a poco, nos sangramos, hasta que el profesor nos separó. Esa fue la última vez que estuve en la escuela. Después nunca más volví por allí. Ingrata Rosalinda, para olvidarla diciendo, me ausenté cinco años de ese lugar. Le acompañé a Uchiza a mi hermano Simeón. De allí pasamos también a Tocache. Aprendí algunos secretos de la selva. No solamente a ganar dinero con el sudor de la frente, con el trabajo en paña de coca, en el corte de arboles, en lo que sea. En mi pensamiento siempre estaba la Rosalinda, como un recuerdo sin malicia, a pesar que yo estaba madurando y tenía ganas de acompañarme con una mujer.

Nunca dejaba de pensar en la Rosalinda. En el monte, cuando estábamos cortando árboles el Juan lazo, un cholo maduro que había recorrido lima y casi todo el Perú, como decía él, se dio cuenta de mi sufrimiento.
¿Todavía pensando en tu cholita, compadrito?-me preguntó.
Yo me sonreía nomas, con esa sonrisa de cholo cojudo que a veces tenemos los serranos.
Aquí hay cualquier cantidad de mujeres. Para escoger…-hablaba golpeando las palmas de su mano.
De verdad era eso. Con dinero podías conseguir mujer, si querías a cada rato. Pero yo me recordaba de su inocencia, de su sonrisa sin nubes de la Rosalinda.
Un día el Juan lazo me contó maravillas de una yerbita que crecía en la selva. “compadrito, de repente no me vas a creer, pero con esa yerbita tu consigues la mujer que quieres, a las mas ricas, morochitas, charapitas, gringuitas, chinitas, las que tú quieras. No hay imposible para esa cosita.
Yo te digo con experiencia porque lo he comprobado… “y yo, entre cojudeado y atento, me había quedado escuchándolo con la boca abierta. Una vez mas se me vino a la mente la sonrisa de la Rosalinda”… cojudo eres, pablo. Con tu perdón, pero eres bien quedado. Usa esas yerbitas (¿Cómo dijo que se llamaba? ¡Ah ya está: chamico!) Tú puedes usar chamico, puzanga o sangre de bufeo, la hembra, por diosito que esta en el cielo y no me deja mentir, se te echa, te tira su calzón en la cara.
El chamico, por mas ajustado que la mujer tenga su corazón y su ropa interior lo rompe. Y desde que le das a beber esta cosita se muere por ti. Por eso le dicen chamico, rompe corazones”.
Al comienzo me quedé pensativo ¿será cojudo mi amigo? ¿Cómo una yerbita va hacer esas cosas? ¿Sería de probarlo? Pero después, de la curiosidad nomas, le pregunté donde se podía conseguir eso. Y me llevó donde un quinchocre, dice era un brujo, curandero campa. Nos dio explicaciones y me vendió el chamico, hasta venia en tubitos de vidrio, como ampolletas de inyecciones.

Cuando volví a mi pueblo, la Rosalinda se había juntado con Demetrio y ya tenia un hijito. Y yo pensaba encontrar todavía inocente a la Rosalinda. ¡Lo que es la vida, caraya! Pobre Rosalinda, tan tierna y ya con un hijo. ¡Como le habría engañado esa bestiaza del Demetrio! Pero no importa, me dije, tendrá que ser mía también, aunque sea por joderle nomás al Demetrio. Como era la fiesta de taita shanti seria fácil darle el chamico. Primerito que nada conseguí dos pelos de sus trencitas. Me acuerdo que le encargué a su hermano Eliseo. El los sacó de su lliclla en la noche, cuando estaba durmiendo, yo le di como diez soles de propina. Después los tuve tres días remoje y remoje con el chamico. Al día siguiente en la casa de mi prima Adela había Santiago y cuando se les colgaba cintas multicolores de las orejas de vacas y toros, haciéndome el cooperador me puse a servir el pitupitu. Aprovechando que el Demetrio estaba cantando y bailando, le he vaciado el chamico en la taza de la Rosalinda, y sonriente le he servido.
Después de días la yerbita hizo su efecto. La Rosalinda misma se vino de noche a mi casa. Como tres días estuvo sin querer irse. Mientras el cojudo del Demetrio tomaba y tomaba trago a diario. Luego hasta el juzgado tuvimos que ir. Pero la Rosalinda ya no quiso separarse de mí. “pase lo que pase” me dijo, “a tu lado nomas quiero estar, papacitu pablu”. Eso no estaba en mis planes. Yo quería burlarme de ella y Demetrio. Nada más.
Ahora ya estoy jodido, pues. Verdad que me he dado el gustito con la Rosalinda. Pero qué se iba hacer, ella está esperando que llegue nuestro hijito.
Era verdad: el chamico rompía corazones.
CORTESÍA: Rafael Gutarra Luján (huancayo 1963)
Imagen: RCR